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No todo es ansiedad, ni todos somos bipolares: cuando el lenguaje adolescente confunde salud mental con moda

«Estoy en una crisis de pánico, literal».
«Soy súper bipolar con mis amigas».
«Tengo TOC, en serio necesito orden en mis apuntes».

¿Te suenan estas frases? Seguro que sí, porque en los últimos años se han vuelto parte del vocabulario cotidiano de muchos adolescentes. En redes sociales, en chats o incluso en la mesa del comedor, escuchar a un adolescente decir que tiene “ansiedad”, “una crisis de pánico” o que es “borderline” ya no sorprende a nadie. Y aunque en principio podría parecer positivo que hablen con más libertad sobre emociones y salud mental, hay un matiz importante (y preocupante): muchas veces no están hablando de lo que realmente significan estos términos y el sufrimiento que puede estar subyacente.

En Adoleciencia, creemos que este fenómeno —que mezcla expresiones clínicas con jerga adolescente— merece atención. No para asustarnos, ni para invalidar el mundo emocional de nuestros hijos, sino para comprender cómo acompañarlos sin caer en extremos: ni patologizar todo lo que sienten, ni restarle importancia a señales reales de sufrimiento psicológico.

¿Por qué ahora todos los adolescentes “son ansiosos”?

Lo primero es entender el contexto. Vivimos en una época en la que la salud mental está (por fin) saliendo de las sombras. En redes sociales se habla más abiertamente del tema, hay influencers que comparten sus procesos terapéuticos y el acceso a información está al alcance de todos. Pero, como suele pasar, esta sobreexposición también ha traído consigo una trivialización del lenguaje clínico.

Palabras que antes eran parte exclusiva de nuestros consultorios de salud mental, ahora se usan para describir cualquier emoción incómoda:

  • “Ansiedad” para referirse a los nervios normales antes de un examen.
  • “Depresión” para el bajón anímico que sigue a una ruptura amorosa.
  • “TOC” para un poco de gusto por el orden.
  • “Bipolar” para los cambios normales de humor en la adolescencia.

Además del contexto cultural y mediático en el que hoy se habla abiertamente de salud mental, hay razones más profundas y emocionales por las cuales muchos adolescentes usan —y a veces abusan— de este tipo de lenguaje.

1. Nombrar para entender: cuando no hay palabras, se buscan etiquetas

En la adolescencia, el cerebro está en pleno desarrollo, especialmente las áreas encargadas de la autorregulación emocional y el pensamiento abstracto. Esto significa que, aunque sienten emociones intensas y reales, muchas veces no tienen aún las herramientas para entenderlas, nombrarlas o gestionarlas.

En ese vacío, las etiquetas clínicas —como “ansiedad”, “depresión” o “bipolaridad”— pueden funcionar como atajos. Son palabras “fuertes”, que dan un marco y una explicación rápida a algo que internamente les resulta confuso o abrumador.

No es que mientan. Es que aún están aprendiendo a diferenciar entre sentirse nerviosos, tristes, aburridos, frustrados, decepcionados o desesperanzados. Y para muchos, es más fácil decir “soy ansioso” que entrar en el matiz de lo que sienten.

Convertir la salud mental en moda puede invisibilizar a quienes realmente sufren.

2. El lenguaje como código social: pertenecer es prioridad

Los adolescentes necesitan sentirse parte de un grupo. Esto es evolutivamente esperable y deseable: separarse de la familia, y esto incluye separase de nosotros sus padres, y volcarse al grupo de pares es parte del proceso de individualización, necesario y esperado en esta etapa del desarrollo.

Usar palabras que circulan, que escuchan de sus amigos o aprenden en redes sociales, les ayuda a conectarse con otros, hablar el mismo idioma, y no quedarse por fuera. Hablar de salud mental como parte de ese código social es una forma de integrarse. Decir “estoy depre” o “tuve un mental breakdown” puede ser una manera de generar empatía, de sentirse parte del grupo, o incluso de suavizar la experiencia emocional que los sobrepasa.

3. Una forma de pedir ayuda (aunque no siempre sea explícita)

Muchos adolescentes no saben pedir ayuda de forma directa. Por eso, las expresiones clínicas pueden funcionar como una especie de “llamado codificado”.

Cuando un adolescente dice que tiene “ansiedad” o “depresión”, no necesariamente está diagnosticándose, pero sí puede estar intentando poner en palabras algo que lo está sobrepasando. Es una forma de ver si alguien, y en este caso nosotros sus padres, estamos atentos. Se puede convertir en una forma de tantear si un adulto cercano reacciona con cuidado, con preguntas, con interés.

Desde la perspectiva del vínculo, esto es fundamental. Si un adolescente siente que sólo recibe atención cuando está mal, es probable que empiece a usar el malestar emocional como forma de conexión —a veces torpe, a veces inconsciente— de generar cercanía, cuidado o contención.

Y aquí es donde muchos adultos entramos en conflicto:

  • ¿Está exagerando para llamar la atención?
  • ¿O realmente necesita ayuda?
  • ¿Le doy importancia o ignoro para que no se victimice?

La respuesta está en el vínculo: si un adolescente está sintiendo que sólo es visto cuando algo anda mal, es muy probable que intensifique ese canal. Nuestra tarea como adultos es darle más oportunidades de ser visto también en lo cotidiano, en lo neutro, en lo bueno. Porque cuando el malestar se vuelve el único puente de conexión, se convierte en su idioma principal.

En Adoleciencia creemos en el poder de transformación del vínculo, y a la vez sabemos lo retador que es para nosotros los padres, cultivar esto en medio de los cambios de la adolescencia.

4. Influencia de redes y modelos

No podemos ignorar que hoy muchos adolescentes modelan su identidad emocional en figuras que ven en redes sociales. Influencers que hablan abiertamente de su salud mental, incluso compartiendo sus diagnósticos, rutinas de medicación o experiencias terapéuticas como parte de su contenido, se pueden convertir en figuras atractivas para algunos adolescentes que buscan pertenencia e identidad.

Así, no es raro que adopten términos como “tengo ansiedad social” o “soy neurodivergente” como parte de su autodefinición, aunque no haya una evaluación clínica de fondo. A veces buscan validación, otras veces explicarse a sí mismos, y otras, sencillamente, pertenecer a una categoría que les resulta más “popular”.

Desde el punto de vista del desarrollo, esto tiene sentido. Nuestro adolescente está en plena exploración de su identidad, sus emociones y su manera de nombrar el mundo. Usar estos términos puede ser una forma de dar sentido a lo que sienten. También puede ser una forma de conectar con sus pares o incluso de obtener validación.

Pero el problema surge cuando ese uso constante y superficial de términos clínicos normaliza lo verdaderamente preocupante o impide que los adultos podamos reconocer cuándo un adolescente realmente necesita ayuda profesional.

“Slang” adolescente: cuando la salud mental se convierte en tendencia

Así como en su momento se popularizaron palabras como “cringe” o “random”, hoy el lenguaje adolescente está cargado de expresiones relacionadas con la salud mental. Algunas reflejan emociones reales; otras, modas virales. Aquí te dejamos algunas de las más frecuentes:

“Estoy en modo depre”: se usa para describir desde una tristeza pasajera hasta un día sin energía.

“Tengo TOC”: cualquier conducta repetitiva de orden o control.

“Mental breakdown”: crisis emocional intensa, real o dramatizada.

“Estoy triggered”: una forma de decir que algo les afectó emocionalmente.

“Main character syndrome”: sensación de estar siendo observado, dramatizar la vida como si fuera una película.

“Gaslighting”: muchas veces mal usado para describir cualquier dificultad entre compañeros o amigos.

“Trauma”: se usa para experiencias emocionalmente difíciles, aunque no cumplan criterios clínicos de trauma psicológico.

“Bipolar”: cambios de humor o de gusto súbitos, muchas veces esperables y que no cumplen criterios de enfermedad mental.

Este tipo de lenguaje tiene varias funciones: expresar emociones que no saben nombrar de otra forma, generar identificación con otros, buscar atención o simplemente seguir la corriente de lo que está “de moda”. Conocer estos términos te puede ayudar a entender mejor a tu hijo adolescente y su contexto.

Este tipo de lenguaje tiene varias funciones: expresar emociones que no saben nombrar de otra forma, generar identificación con otros, buscar atención o simplemente seguir la corriente de lo que está “de moda”. Conocer estos términos te puede ayudar a entender mejor a tu hijo adolescente y su contexto.

Diferenciar lo normal de lo patológico: una brújula para padres

La adolescencia, por definición, es una etapa de cambios. Cambios de humor, de intereses, de relaciones, de ritmos de sueño, de nivel de energía. Algunos días tu hijo parece extrovertido y lleno de vida, y otros se encierra en su cuarto todo el fin de semana. Puede pasar de la risa al llanto en segundos. Esto es normal, esperado y, en muchos casos, necesario.

Pero hay signos de alerta que debemos aprender a identificar. En nuestra conferencia “Entendiendo lo típico, detectando lo preocupante» y el taller “¿Está mi adolescente en riesgo?” te enseñamos que es lo esperable en la adolescencia y como identificar las señales de alarma en salud mental. Aprender sobre la adolescencia, saber identificar estas señales y como proceder si tu hijo las presenta, son clave para pasa transitar esta etapa de incertidumbre y cambio.

¿Qué podemos aprender de este fenómeno?

Que los adolescentes hablen de salud mental no es algo que debamos corregir, sino comprender. Es una oportunidad para normalizar las emociones, para hablar en casa de lo que nos duele, para mostrarles que pedir ayuda no es signo de debilidad sino de autocuidado.

Pero también es algo sobre lo cual debemos reflexionar. Porque si todos dicen que “están ansiosos”, ¿cómo reconocemos al que de verdad está sufriendo con un problema de ansiedad? Si todo se normaliza o se patologiza, lo verdaderamente patológico se diluye en un mar de etiquetas.

Como padres, madres y cuidadores, necesitamos recuperar el rol de intérpretes. No expertos, no terapeutas, pero sí acompañantes atentos que saben cuándo confiar en la adolescencia y cuándo pedir apoyo clínico. En Adoleciencia creemos que el conocimiento es poder, y que cuando comprendemos mejor lo que viven nuestros hijos, estamos más preparados para sostenerlos.

En resumen

  • El lenguaje adolescente está lleno de términos de salud mental, muchas veces usados sin precisión.
  • Es importante diferenciar lo esperable en la adolescencia de lo que puede indicar un trastorno real.
  • Patologizar todo es tan riesgoso como ignorar señales de alerta.
  • Como adultos, somos el puente entre el mundo interno de nuestros hijos y los recursos reales que pueden protegerlos.

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